miércoles, 29 de septiembre de 2010

La locura sin camisa de fuerza

Cuando menos te lo esperas te envuelve y no puedes escapar tan fácilmente como te gustaría. Lo peor no es que se apodere de tu mente o de tu alma, lo malo es que ni siquiera te das cuenta o te das cuenta tarde. Es una enfermedad que no sabes si quieres o no quieres padecer, aunque pocos son los que tienen la oportunidad de decidir algo al respecto.

Por un lado rodea tu mundo en un halo de felicidad, de sonrisas y risas, de pasiones sin freno. Por el otro la pena se apodera del corazón y lo atrapa en su puño cerrado hasta que suelta lágrimas de dolor. En resumen, un “sin vivir” que nos da vida… una completa locura.
Sin embargo cuanto más miedo tienes, cuanto más respeto te da, más añoras esa dolencia que te hace fluctuar como una fiebre común.

Hay quien dice que cuando tienes síntomas de enfermar es mejor cuidarse, abrigarse y como dice mi abuela: “Nena, ¡no vayas descalza!” Pero viendo el sol en el cielo no puedes evitarlo, vas a la playa a dar uno de esos relajantes paseos que nos sirven para pensar, hundiendo los pies en la arena con los pantalones arremangados hasta la rodilla.
Te acercas hasta la orilla lentamente, dudando de si debes de hacerlo o no. Y lo haces, metes los dedos en el agua aunque las nubes estén de nuevo en el cielo.

… ¡Atchús!


La piel del cuerpo se eriza, sientes el frío colándose por cada uno de tus poros y te das cuenta que no tienes camisa de fuerza…

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