miércoles, 27 de octubre de 2010

El viaje de huida


El reloj de la iglesia marcaba las doce pero la plaza continuaba desierta. La brisa helada azotaba su rostro dejándolo tan helado como su corazón. La soledad le absorbía por dentro y la desesperanza inundaba su ser. Había pasado una hora y nada indicaba que aunque esperara más tiempo a ver su silueta aparecer ésta lo hiciera. No le culpaba. Tampoco a si misma. Sabía que había luchado por él y él por ella, como la gacela que intenta escapar de las fauces del león… pero todos sabemos como suelen acabar esas carreras.

Se sentó en su maleta y sacó papel y un bolígrafo de su bolso de mano. Cuando acabó su carta arrancó una flor del jardín de la iglesia y la enganchó junto a la carta en un saliente de la pared del edificio. Recogió su maleta y se dirigió a la estación con toda la determinación de la que fue capaz… sin mirar atrás. En silencio, una lágrima tras otra resbalaban por su rostro.

Tomó el tren de las doce y cuarto como tenía previsto pero con el asiento contiguo vacío. Dejó en él su bolso como si éste fuera a llenar el vacío que ese asiento significaba. Sabía que su familia nunca le habría dejado ir. Quizás tenían razón y Lucas era demasiado bueno para ella. De repente el sonido de la puerta del vagón abriéndose hizo brillar sus ojos en un atisbo de esperanza. Cuando vio a una acalorada joven entrando en el habitáculo todo el mundo volvió a caer ante ella. Clavo su mirada en el cristal prometiéndose no girar de nuevo la cabeza. Mirando el horizonte dejo que el traqueteo del tren apaciguara su alma y la sumiera en el más profundo de los sueños.

Entrando en la última estación despertó incómoda por los rayos de sol que esquivaban el inmenso banco de nubes que dominaban aquel día gris. Con los ojos medio abiertos estiró su brazo hasta el asiento contiguo para recoger su bolso y sacar algunas galletas que había preparado para el viaje. Rebuscando dentro encontró una flor que le resulto muy familiar, ya que pocas horas antes habían sido sus manos las que la arrancaran del jardín de la iglesia de su pueblo natal. Sorprendida levanto la vista y buscó con la mirada a quien pudo haberle puesto la flor en su bolso. Recorrió el tren de vagón a vagón cuando chocó contra un hombre que llevaba un café entre sus manos. Rápidamente se disculpó pero cuando alzó la vista lo vio, era él. Lucas había cogido el tren.

No sabía cómo lo habría logrado, pero su sola presencia hizo borrar todo su sufrimiento anterior. Se lanzó a sus brazos y se fundieron en un cálido beso.


En ocasiones para ser feliz nos hace falta muy poco, así que… ¿qué menos que luchar por ello?

2 comentarios:

  1. Por favor...NUNCA dejes de escribir en este blog...y por supuesto, NUNCA dejes de ser feliz...

    Un beso ...Yo Tengo Lágrimas...

    ResponderEliminar
  2. YTL... me ha costado reconocerte pero lo conseguí :) gracias

    ResponderEliminar