lunes, 28 de junio de 2010

La primera luz del día

Siempre recordaré el primer día que la vi en el cálido mes de septiembre. Yo estaba leyendo en el sillón del porche y debían ser entre las 6 y las 7 de la mañana. Además de los corredores matutinos habituales, nadie más solía acercarse hasta el final de la playa donde se encontraba la casa de mi abuela incrustada en las rocas.
Me llamó la atención su larga melena negra que ondulaba con el viento procedente del mar. Su piel era sumamente pálida y sus ojos, en la distancia, parecían grandes y de un color claro pero intenso. Su belleza me recordaba a aquella de la nobleza de época.
Al día siguiente la escena ocurrió de nuevo, como si de un 'déjà vu' se tratase. Vi sus pies arrastrarse por la orilla mientras las olas los mojaban una y otra vez con su vaivén.
Así se repitió un tercer y cuarto día antes de decidir armarme de valor y averiguar quién era esa misteriosa muchacha.
Era jueves por la mañana; acabé de desayunar y me vestí rápidamente. No entendía porqué estaba tan nervioso. Pero aquel día no apareció, ni al siguiente...
Me pasé el fin de semana pensando qué habría sido de ella y porqué desapareció tan misteriosamente como llegó a esa playa.
A la semana siguiente, cuando ya había perdido toda esperanza, me asomé a la ventana y la vi. Estaba acurrucada en una de las rocas cercanas con sus delicados brazos sujetándose las rodillas y la mirada perdida en lo profundo del mar.
Corrí hacia ella sin sentido, sólo pensé que no quería que se escapara una vez más sin saber siquiera su nombre. Cuando me planté delante de ella con la respiración entrecortada por la carrera, me dí cuenta de lo extraño que podía resultar ver como un desconocido corría de manera tan desesperada hacia ella y así lo reflejaron sus ojos.
Clavo su mirada en mi, de un azul tan intenso que parecía atravesarte. Sus ojos eran grandes y de corte felino, siempre los recordaré como los ojos más bonitos que he visto en mi vida.
Cuando nuestras miradas se cruzaron lo único que salió de mi boca fue un tímido "Hola..." que sonó estúpido o al menos a mi me lo pareció. Ella giró lentamente su cabeza y se puso de nuevo a mirar al mar.
- ¿Cómo te llamas? - Pregunté.
- ¿Porqué quieres saberlo? -Respondió ella de forma seca y cortante.
Y ahora cómo le decía yo que tan sólo necesitaba saberlo...

- Curiosidad supongo... yo me llamo Alejandro. ¿Puedo sentarme a tu lado?
- Mmmm... vale.

Estuvimos hablando durante horas hasta que ella anunció que debía volver a casa. Nos levantamos para irnos, nos despedimos y volvimos a nuestras casas en direcciones opuestas hasta que me di cuenta.
- ¡Ey, espera! - Grité. - ¡No me has dicho cuál es tu nombre!
- ¡Tendrás que adivinarlo!
Así fueron pasando los días en los que sustituí mi libro por conversaciones variopintas con... seguía sin adivinar su nombre. Todos los días me daba 3 intentos. Carmen, Laura, Esther... probé con tantos que ya no sabía qué podía hacer.
El tiempo voló. Septiembre había terminado y nuestros caminos tenían que separarse de nuevo y para siempre. Ella tenía que irse a otra ciudad con su familia por motivos de trabajo.
El último día en la despedida se me ocurrió que había una pregunta que nunca le había hecho, nunca supe porqué iba tan pronto a la playa cada día. Su respuesta fue la que tiempo después me haría descubrir el secreto mejor guardado, su nombre.
- Muy sencillo. - Me dijo. - Porque yo soy la primera luz del día.
Nos despedimos, nos prometimos seguir en contacto, y le di mi dirección y teléfono ya que ella desconocía la suya del nuevo destino. No tuve noticias suyas. Ninguna llamada, ninguna carta.
Años más tarde volvía a visitar la vieja casita de mi abuela. Seguía tan acogedora como siempre y con ese olor a salitre típico de la zona. Me asomé a la ventana para ver el mar, y entonces la vi. Había crecido, casi tanto como yo, pero su pelo largo y negro era inconfundible. Estaba sentada en la misma roca donde hablamos por primera vez. Salí corriendo hacia ella y me quedé plantado enfrente sin saber que decir, cómo tantos años atrás. Entonces ella giró su mirada hacia mí, y con una sonrisa en los labios me preguntó:
- Supongo que ahora me preguntarás cómo me llamo, ¿Verdad?
- No. - Respondí. - No hace falta, ya sé tu nombre, lo supe al día siguiente de despedirnos.
- ¿Cómo?
- Tú me diste la clave con la primera luz del día. Me alegra volver a verte Alba.
Su rostro se iluminó y sus ojos se llenaron de felicidad. Bajo de la roca y me rodeó con sus brazos.
- Perdí tu dirección Álex, te prometo que quería escribirte, saber de ti. Lo único que se me ocurrió fue venir aquí cada septiembre para volverte a ver y explicártelo, pero tu casa seguía apagada y vacía y yo ya no...
- Shhh -Le corté poniendo mi dedo índice en sus labios. - Ahora ya no importa, estamos aquí juntos los dos de nuevo. Y no volveré a correr hacia ti con temor a que desaparezcas. Esta vez no dejaré que te alejes de mi nunca más.

4 comentarios:

  1. No sé porque no contaste tú la historia de los vampiros que se enamoran de mortales y pelean con perros pulgosos...

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  2. jajaja supongo que eso es algo parecido a un me gusta la historia :P gracias pekeño

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  3. Simplemente me encanta..no puedo decir más que me ha alegrado el día leerla..gracias :)

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  4. gracias a ti por ser mi principal referencia en el mundo de los blogs :)

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